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Mi hijo no sabe controlarse
Frecuentemente madres y padres dicen: «Mi hijo no sabe controlarse» y es que también hay que enseñar a los hijos a que se autocontrolen. Se trata de un proceso guiado en el que el niño averigua el modo adecuado de hacerlo.
1. Pon nombre a lo que pasa. Cuando se enfade, grite, llore, patalee:
– Dile lo que ocurre: «Veo que estás enfadado».
– Añade que no te gusta cómo lo está expresando: «Cuando dejes de llorar, hablamos».
– Haz que entienda la repercusión que tienen sus actos sobre los demás, las emociones que despiertan: «Cuando me pegas me pongo triste y enfadado».
– Cuando se haya tranquilizado, habla de cómo se siente él cuando le pegan, y cómo esos sentimientos son los mismos que su comportamiento puede despertar en los otros: «¿Cómo te sientes tú cuando Juan te pegó ayer en el parque? Entonces, ¿Cómo crees que se ha sentido tu hermano cuando le has pegado?».
2. Que ponga el nombre a lo que pasa. Con el fin de que se habitúe a contar lo que le pasa puedes hacer algún juego en el que tenga que expresar las emociones.
3. Que aprenda a autocontrolarse. Es importante que tu hijo aprenda a reflexionar antes de actuar. Debes de enseñar a tu hijo cómo parar y tranquilizarse para después resolver la situación que ha provocado el enojo, es decir, que adquiera autocontrol.
– Buscad juntos un rincón de casa, su habitación es el que suelen elegir.
– Elegid juntos una palabra clave que sea corta y convincente; por ejemplo: «¡Para!», con la que le recordarás que hay que poner en practica la técnica. Ensaya con él los pasos que ha de seguir cuando la oiga:
a) La palabra clave: «Te voy a enseñar a utilizar un secreto que te ayudará a relajarte cuando te enfadas. Así que tendrás que estar atento, y cuando te diga «¡para!» irás a tu habitación, entonces tendrás que utilizar la postura secreta y permanecer así hasta que se te pase el enfado. Vamos a probar cómo se hace».
b) La postura: sentados en el suelo flexionamos las rodillas y nos abrazamos las piernas apoyando el mentón en el pecho. «¿Ves? Es como si nos hubiéramos encogido».
c) La relajación: una vez que haya adoptado la postura secreta, dile que respire lentamente y siga estas pautas (hazlo tú con él para que pueda imitarte): «Tensa el cuerpo cuando cojas aire y relájalo cuando lo expulses». También puedes enseñarle a que cuando esté en la postura secreta se imagine una escena relajante para él (acariciando a un animal, jugando con la arena en la playa… o cualquier otro momento en el que hayas visto tranquilo a tu hijo).
– Cuando en casa se produzca una situación donde el niño se enfade, dile la palabra clave y acompáñalo a realizar el ejercicio. Al principio tendrás que ayudarlo, porque le costará recordar cuándo hacerlo.
– Una vez que lo haya aplicado con éxito en casa, empieza a probar fuera. Deja pasar un tiempo prudencial antes de emprender el segundo paso: que él sea capaz de decirse a sí mismo: «Estoy enfadado y me voy a ir a mi habitación a relajarme»; es decir, que adquiera autocontrol, para lo cual tienes que dejar de decirle la palabra clave. Siempre que utilice esta técnica alábale lo bien que recurre a su «secreto».
4. Por tu parte, como madre o padre:
-Evaluar siempre su comportamiento. Dile lo que te parece, pero no juzgues lo que siente, sus emociones. NO le quites la importancia que se merecen frases como: «Bah, ¿y por esa tontería te pones triste?»
– Transmíteles que las emociones no son ni positivas ni negativas. La tristeza es tan importante como la alegría y, si no sientes una, no sabrás identificar la otra.
– Déjale que piense las soluciones: «¿Qué se te ocurre que puedes hacer la próxima vez cuando no te dejen jugar?».
– Expresa las consecuencias de su comportamiento: «Cuando tu me gritas, yo me siento muy triste».
– Hazle preguntas básicas para que aprenda a identificar, expresar y manejar sus emociones: «¿Cómo crees que se siente tu amigo?», «¿Por qué crees que es así?», «Alguna vez te ha pasado algo parecido».
– No lo fuerces con interrogatorios, amonestaciones, consejos… que puedan llevarlo a evitar contarte cosas.
– Premia sus logros, hará que su motivación aumente.
– Cuéntale tus propias experiencias, hazle de modelo, háblale de cómo has actuado y qué has sentido en algunas situaciones.
– Aprovecha situaciones cotidianas para contarle cómo se siente: «Te has puesto muy contento cuando te han regalado ese juguete, eh?», y, cómo no, de cómo te sientes tú: «Yo en cambio estoy muy orgulloso de cómo le has dado las gracias».
-Recuerda ponerle nombre a lo que siente, es pequeño y no sabe cómo contarlo: «Veo que estás enfadado pero no voy a comprarte eso».
– Dile «no» siempre que haya que decírselo.
5. Enséñale a solucionar sus problemas. En este punto ya has enseñado a tu hijo lo que le pasa, le ha puesto nombre, incluso ha podido reflexionar sobre la intensidad de la emoción para, antes de explotar, retirarse y tranquilizarse. El último paso es que piense cómo va a solucionar el conflicto que originó esa reacción. Ahora se trata de que aprenda a ser reflexivo.
Si hasta aproximadamente los 4 años hemos encauzado sus rabietas, habrá aprendido que sus actos tienen consecuencias y poco a poco habrá ido adquiriendo el control de sus impulsos.
Con el fin de que tu hijo consiga un esquema ordenado de solución de problemas, enséñale y sigue los pasos que tienes en la cabeza tú cuando te encuentras con una dificultad:
– Definir el problema.
– Buscar alternativa de solución y elegir una.
– Pensar un plan de actuación y llevarlo a cabo.
– Evaluar la ejecución del plan y los resultados obtenidos.
Tu hijo tiene que hacer todo el proceso al principio contigo y, poco a poco, llevarlo a cabo solo. De esta manera conseguirás que pare y piense antes de actuar, que, recordemos, es la estrategia para conseguir que se controle.
Mi hijo no sabe controlarse.
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